Cristo es el "Príncipe
de paz", y su misión es devolver al cielo y a la tierra la paz
destruida por el pecado. "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz
para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo'. Isa. 9:6; Rom. 5:1. Quien
consienta en renunciar al pecado y abra el corazón al amor de Cristo
participará de esta paz celestial.
No hay otro fundamento para la paz. La gracia de Cristo, aceptada en el corazón, vence la enemistad, apacigua la lucha y llena el alma de amor. El que está en armonía con Dios y con su prójimo no sabrá lo que es la desdicha. No habrá envidia en su corazón ni su imaginación albergará el mal; allí no podrá existir el odio. El corazón que está de acuerdo con Dios participa de la paz del cielo y esparcirá a su alrededor una influencia bendita.
El espíritu de paz se asentará como rocío sobre los corazones cansados
y turbados por la lucha del mundo. 28 Los seguidores de Cristo son enviados al
mundo con el mensaje de paz. Quienquiera
que revele el amor de Cristo por la influencia inconsciente y silenciosa de una
vida santa; quienquiera que incite a los demás, por palabra o por hechos, a
renunciar al pecado y entregarse a Dios, es un pacificador.
"Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios". El espíritu de paz es prueba de su relación con el
cielo. El dulce sabor de Cristo los envuelve. La fragancia de la vida y la
belleza del carácter revelan al mundo que son hijos de Dios. Sus semejantes reconocen
que han estado con Jesús. "Todo
aquel que ama, es nacido de Dios". "Y si alguno no tiene el Espíritu
de Cristo, no es de él", pero "todos
los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios". 1Juan
4:7; Rom. 8:9,14.
"El remanente de Jacob será en medio de muchos pueblos como el rocío de Jehová, como las lluvias sobre la hierba, las cuales no esperan a varón, ni aguardan a hijos de hombres". Miq. 5:7.
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