Mediante Moisés, Jehová había dicho: "No aborrecerás a tu hermano en tu corazón... No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo". * Levítico 19:17, 18. Las verdades que Cristo presentaba eran las mismas que habían enseñado los profetas, pero se habían oscurecido a causa de la dureza de los corazones y del amor al pecado.
Las palabras del Salvador revelaban a sus oyentes que, al condenar a otros como transgresores, ellos eran igualmente culpables, porque abrigaban malicia y odio.
Al otro lado del mar, frente al lugar en que estaban congregados, se extendía la tierra de Basán, una región solitaria cuyos empinados desfiladeros y colinas boscosas eran desde mucho tiempo antes el escondite favorito de toda clase de criminales. La gente recordaba vívidamente las noticias de robos y asesinatos cometidos allí, y muchos denunciaban severamente a esos malhechores. Al mismo tiempo ellos mismos eran arrebatados y contenciosos; albergaban el odio más ciego hacia sus opresores romanos y se creían autorizados para aborrecer y despreciar a todos los demás pueblos, aun a sus compatriotas que no se conformaban a sus ideas en todas las cosas. En todo esto violaban la ley que ordena: "No matarás".
El espíritu de odio y de venganza tuvo origen en Satanás, y lo llevó a dar muerte al Hijo de Dios. Quienquiera que abrigue malicia u odio, abriga el mismo espíritu; y su fruto será la muerte. En el pensamiento vengativo yace latente la mala acción, así como la planta yace en la semilla. "Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él". *1 Juan 3:15.
"Cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable 52 ante el concilio". En la dádiva de su Hijo para nuestra redención, Dios demostró cuánto valor atribuye a toda alma humana, y a nadie autoriza para hablar desdeñosamente de su semejante. Veremos defectos y debilidades en los que nos rodean, pero Dios reclama cada alma como su propiedad, por derecho de creación, y dos veces suya por haberla comprado con la sangre preciosa de Cristo. Todos fueron creados a su imagen, y debemos tratar aun a los más degradados con respeto y ternura. Dios nos hará responsables hasta de una sola palabra despectiva hacia un alma por la cual Cristo dio su vida.
"¿Quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿Por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" "¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio Señor está en pie, o cae". *1 Corintios 4:7; Romanos 14:4.
"Cualquiera que le diga [a su hermano]: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego". En el Antiguo Testamento la palabra fatuo se usa para describir a un apóstata o al que se entregó a la iniquidad. Dice Jesús que quienquiera que considere a su hermano como apóstata, o como despreciador de Dios, muestra que él mismo merece semejante condenación.
El mismo Cristo, cuando contendía con Satanás sobre el cuerpo de Moisés, "no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él". Si lo hubiera hecho, le habría dado una ventaja a Satanás, porque las acusaciones son armas del diablo. En las Sagradas Escrituras se lo llama "el acusador de nuestros hermanos". Jesús no empleó ninguno de los métodos de Satanás. Le respondió con. las palabras: "El Señor te reprenda". *Judas 9; Apoc. 12:10.
Su ejemplo es para nosotros. Cuando nos vemos en conflicto con los enemigos de Cristo, no debemos hablar con espíritu de desquite, ni deben nuestras palabras asemejarse a una acusación burlona. El que vive como vocero de Dios no debe decir palabras que aun la Majestad de los cielos se negó a usar cuando contendía con Satanás. Debemos dejar a Dios la obra de juzgar y condenar. DMJ
No hay comentarios:
Publicar un comentario