Los judíos se
enorgullecían de su moralidad y se horrorizaban de las costumbres sensuales de
los paganos. La presencia de los jefes
romanos, enviados a Palestina por causa del gobierno imperial, era una ofensa
continua para el pueblo; porque con estos gentiles habían venido muchas
costumbres paganas, lascivia y disipación.
En Capernaum, los jefes romanos asistían a los paseos y desfiles con sus
frívolas mancebas, y a menudo el ruido de sus orgías interrumpía la quietud del
lago cuando sus naves de placer se deslizaban sobre las tranquilas aguas. La gente esperaba que Jesús denunciase
ásperamente a esa clase; pero con asombro escuchó palabras que revelaban el mal
de sus propios corazones.
Cuando se aman y
acarician malos pensamientos, por muy en secreto que sea, dijo Jesús, se
demuestra que el mal reina todavía en el corazón. El alma sigue sumida en hiel de amargura y
sometida a la iniquidad. El que halla
placer espaciándose en escenas impuras, cultiva malos pensamientos y echa
miradas sensuales, puede contemplar en el pecado visible, con su carga de
vergüenza y aflicción desconsoladora, la verdadera naturaleza del mal que lleva
oculto en su alma. El momento de
tentación en que posiblemente se caiga en pecado gravoso no crea el mal que se
manifiesta; sólo desarrolla o revela lo que estaba latente y oculto en el
corazón. "Porque cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él", ya que
del corazón "mana la vida". * Proverbios 23:7; 4:23.
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