"AMAD
A VUESTROS ENEMIGOS". Mt. 5:43-47.
La lección del
Salvador: "No resistáis al que es malo", era inaceptable para los
judíos vengativos, quienes murmuraban contra ella entre sí; pero ahora Jesús
pronunció una declaración aún más categórica:
"Oísteis que fue
dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a
vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os
aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos
de vuestro Padre que está en los cielos".
TAL
ERA EL ESPÍRITU DE LA LEY que los rabinos habían interpretado
erróneamente como un código frío de demandas rígidas. Se creían mejores que los
demás hombres y se consideraban con derecho al favor especial de Dios por haber
nacido israelitas; pero Jesús señaló que únicamente un espíritu de amor
misericordioso podría dar evidencia de que estaban animados por motivos más
elevados que los publicanos y los pecadores, a quienes aborrecían.
SEÑALÓ
JESÚS A SUS OYENTES al Gobernante del universo bajo un nuevo nombre: "Padre
nuestro". Quería que entendieran con cuánta ternura el corazón de Dios
anhelaba recibirlos.
ENSEÑÓ QUE DIOS SE INTERESA por cada
alma perdida; que "como el padre se
compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen". *Sal.
103:13. Ninguna otra religión que la de la Biblia presentó jamás al mundo
tal concepto de Dios.
EL
PAGANISMO ENSEÑA A LOS HOMBRES a mirar al Ser Supremo como objeto de temor
antes que de amor, como una deidad maligna a la que es preciso aplacar 65 con
sacrificios, en vez de un Padre que vierte sobre sus hijos el don de su amor.
AUN
EL PUEBLO DE ISRAEL había llegado a estar tan ciego a la enseñanza preciosa de
los profetas con referencia a Dios, que esta revelación de su amor paternal
parecía un tema original, un nuevo don al mundo.
LOS JUDÍOS CREÍAN QUE DIOS AMABA A LOS QUE LE SERVÍAN -los cuales eran, en su opinión, quienes cumplían las exigencias de los rabinos- y que todo el resto del mundo vivía bajo su desaprobación y maldición.
PERO NO ES ASÍ, dijo Jesús; el mundo entero, los malos y los
buenos, reciben el sol de su amor. Esta verdad debierais haberla aprendido de
la misma naturaleza, porque Dios "hace salir su sol sobre malos y buenos,
y. . . hace llover sobre justos e injustos".
NO ES POR UN PODER INHERENTE por lo
que año tras año produce la tierra sus frutos y sigue en su derrotero alrededor
del sol. La mano de Dios guía a los planetas y los mantiene en posición en su
marcha ordenada a través de los cielos.
ES SU PODER el que hace que el verano y el
invierno, el tiempo de sembrar y de recoger, el día y la noche se sigan uno a
otro en sucesión regular. Es por su palabra como florece la vegetación, y como
aparecen las hojas y las flores llenas de lozanía. Todo lo bueno que tenemos,
cada rayo del sol y cada lluvia, cada bocado de alimento, cada momento de la
vida, es un regalo de amor.
CUANDO
NUESTRO CARÁCTER no conocía el amor y éramos "aborrecibles" y nos aborrecíamos "unos a otros", nuestro Padre celestial tuvo compasión de
nosotros. "Cuando se manifestó la
bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no
por obras de justicia que nosotros habíamos hecho, sino por su
misericordia". Tito 3:3-5.
SI
RECIBIMOS SU AMOR, nos hará igualmente tiernos y bondadosos, no sólo con
quienes nos agradan, sino también con los más defectuosos, errantes y
pecaminosos.
LOS
HIJOS DE DIOS
son aquellos que participan de su naturaleza.
NO ES LA POSICIÓN MUNDANAL, ni el nacimiento, ni la nacionalidad, ni los privilegios religiosos, lo que prueba 66 que somos miembros de la familia de Dios;
Es El Amor un amor que abarca
a toda la humanidad.
AUN LOS PECADORES cuyos corazones no estén herméticamente cerrados al Espíritu de Dios responden a la bondad.
ASÍ COMO PUEDEN RESPONDER
al odio con el odio, también corresponderán al amor con el amor.
SOLAMENTE
EL ESPÍRITU DE DIOS devuelve el amor por odio.
EL
SER BONDADOSO
con los ingratos y los malos, el hacer lo bueno sin esperar recompensa, es la
insignia de la realeza del cielo, la señal segura mediante la cual los hijos
del Altísimo revelan su elevada vocación.
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