sábado, 24 de noviembre de 2012

04. “Bienaventurados Los Que Tienen Hambre Y Sed De Justicia, Porque Ellos Serán Hartos” II. LAS BIENAVENTURANZAS/DMJ (EL SERMÓN DEL MONTE) EGW


Texto Base: San Mateo 5: 6
La justicia es santidad, semejanza a Dios; y "Dios es amor". Es conformidad a la ley de Dios, "porque todos tus mandamientos son justicia" y "el amor pues es el cumplimiento de la ley".* La justicia es amor, y el amor es la luz y la vida de Dios. La justicia de Dios está personificada en Cristo. Al recibirlo, recibimos la justicia. No se obtiene la justicia por conflictos penosos, ni por rudo trabajo, ni aun por dones o sacrificios; es concedida gratuitamente a toda alma que tiene hambre y sed de recibirla.  "A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed... sin dinero y sin precio". "Su justicia es de mí, dice Jehová". "Este será su nombre con el cual le llamarán: JEHOVÁ, JUSTICIA NUESTRA".* 

No hay agente humano que pueda proporcionar lo que satisfaga el hambre y la sed del alma. Pero dice Jesús: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo". "Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás".* Así como necesitamos alimentos para sostener nuestras fuerzas físicas, también necesitamos a Cristo, el pan del cielo, para mantener la vida espiritual y para obtener energía con que hacer las obras de Dios. Y de la misma manera como el cuerpo recibe constantemente el alimento que sostiene la vida y el vigor, así el alma debe comunicarse sin cesar con Cristo, sometiéndose a él y dependiendo enteramente de él. Al modo como el viajero fatigado que, hallando en el desierto la buscada fuente, apaga su sed abrasadora, el cristiano buscará Y obtendrá el agua pura de la vida, cuyo manantial es Cristo.

 Al percibir la perfección del carácter de nuestro Salvador, desearemos transformarnos renovarnos completamente a semejanza de su pureza. Cuanto más sepamos de Dios, tanto más alto será nuestro ideal del carácter, y tanto más ansiaremos reflejar su imagen. Un elemento divino se une con lo humano cuando el alma busca a Dios y el corazón anheloso puede decir: "Alma mía, en Dios solamente reposa; porque de él es mi esperanza".* 

Si en nuestra alma sentimos necesidad, si tenemos hambre y sed de justicia, ello es una indicación de que Cristo influyó en nuestro corazón para que le pidamos que haga, por intermedio del Espíritu Santo, lo que nos es imposible a nosotros. Si ascendemos un poco más en el sendero de la fe, no necesitamos apagar la sed en riachuelos superficiales; porque tan sólo un poco más arriba de nosotros se encuentra el  gran manantial de cuyas aguas abundantes podemos beber libremente. 

Las palabras de Dios son las fuentes de la vida. Mientras buscamos estas fuentes vivas, el Espíritu Santo nos pondrá en comunión con Cristo. Verdades ya conocidas se presentarán a nuestra mente con nuevo aspecto; ciertos pasajes de las Escrituras revestirán nuevo significado, como iluminados por un relámpago; comprenderemos la relación entre otras verdades y la obra de redención, y sabremos que Cristo nos está guiando, que un Instructor divino está a nuestro lado. Dijo Jesús: "El agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna".* 

Cuando el Espíritu Santo nos revele la verdad, atesoraremos las experiencias más preciosas y desearemos hablar a otras personas de las enseñanzas consoladoras que se nos han revelado. Al tratar con ellas, les comunicaremos un pensamiento nuevo acerca del carácter o la obra de Cristo. Tendremos nuevas revelaciones del amor compasivo de Dios, y las impartiremos a los que lo aman y a los que no lo aman. "Dad, y se os dará", porque la Palabra de Dios es una "fuente de huertos, pozo de aguas vivas, que corren del Líbano". 

El corazón que probó el amor de Cristo, anhela incesantemente beber de él con más abundancia, y mientras lo impartimos a otros, lo recibiremos en medida más rica y copiosa. Cada revelación de Dios al alma aumenta la capacidad de saber y de amar. El clamor continuo del corazón es: "Más de ti", y a él responde siempre el Espíritu: "Mucho más". Dios se deleita en hacer "mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos". A Jesús, quien se entregó por entero para la salvación de la humanidad perdida, se le dio sin medida el Espíritu Santo. Así será dado también a cada seguidor de Cristo siempre que le entregue su corazón como morada. Nuestro Señor mismo nos ordenó: "Sed llenos de Espíritu", y este mandamiento es también una promesa de su cumplimiento. 

 Era la voluntad del Padre que en Cristo "habitase toda la plenitud"; y "vosotros estáis completos en él".*  Dios derramó su amor sin reserva algunas como las lluvias que refrescan la tierra. Dice él: "Rociad, cielos, de arriba, y las nubes destilen la justicia; ábrase la tierra, y prodúzcanse la salvación y la justicia; háganse brotar juntamente". "Los afligidos y menesterosos buscan las aguas, y no las hay; seca está de sed su lengua; yo Jehová los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé. En las alturas abriré ríos, y fuentes en medio de los valles; abriré en el desierto estanques de aguas, y manantiales de aguas en la tierra seca". "Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia".* 

Textos.
1) 1 San Juan 4: 16; Salmos 119: 172; Romanos 13: 10.
2) Isaías 55: 1; 54: 17; Jeremías 23: 6.
3) Apocalipis 3: 20; San Juan 6: 35;
4) Salmos 62: 5.
5) San Juan 4: 14.
6) San Lucas 6: 38; Cantares 4: 15; Romanos 5: 9, 10;  Efesios 3: 20; 5: 18; Colosenses 1:19; 2: 10.
7) Isaías 45: 8; 41: 17, 18; San Juan 1: 16.
(El Discurso Maestro De Jesucristo De Elena G. De White)

viernes, 23 de noviembre de 2012

03. “Bienaventurados Los Mansos” II. LAS BIENAVENTURANZAS/DMJ (EL SERMÓN DEL MONTE) EGW


Texto Base: San Mateo 5: 5 
A través de las bienaventuranzas se nota el progreso de la experiencia cristiana. Los que sintieron su necesidad de Cristo, los que lloraban por causa del pecado y aprendieron de Cristo en la escuela de la aflicción, adquirirán mansedumbre del Maestro divino. 

El conservarse paciente y amable al ser maltratado no era característica digna, de aprecio entre los gentiles o entre los judíos. La declaración que hizo Moisés por inspiración del Espíritu Santo, de que fue el hombre más manso de la tierra, no habría sido considerada como un elogio entre las gentes de su tiempo; más bien habría excitado su compasión o su desprecio. Pero Jesús incluye la mansedumbre entre los requisitos principales para entrar en su reino. 

En su vida y carácter se reveló la belleza divina de esta gracia preciosa. Jesús, resplandor de la gloria de su Padre, "no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo".* 
 Consintió en pasar por todas las experiencias humildes de la vida y en andar entre los hijos de los hombres, no como, un rey que exigiera homenaje, sino como quien tenía por misión servir a los demás. No había en su conducta mancha de fanatismo intolerante ni austeridad indiferente. 

El Redentor del mundo era de una naturaleza muy superior a la de un ángel, pero unidas a su majestad divina, había mansedumbre y pero unidas a su majestad divina, había mansedumbre y humildad que atraían a todos a él. Jesús se vació a sí mismo, y en todo lo que hizo jamás se manifestó el yo. Todo lo sometió a la voluntad de su Padre. Al acercarse el final de su misión en la tierra, pudo decir: "Yo te he glorificado en la tierra: he acabado la obra que mediste que hiciese". Y nos ordena: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón". "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo";* renuncie a todo sentimiento de egoísmo para que éste no tenga más dominio sobre el alma. 

Quien contemple a Cristo en su abnegación y en su humildad de 
corazón, no podrá menos que decir como Daniel: "Mi fuerza se 
cambió en desfallecimiento".* 

El espíritu de independencia y predominio de que nos gloriamos se revela en su verdadera vileza, como marca de nuestra sujeción a Satanás. La naturaleza humana pugna siempre por expresarse; está siempre lista para luchar. Mas el que aprende de Cristo renuncia al yo, al orgullo, al amor por la supremacía, y hay silencio en su alma. El yo se somete a la voluntad del Espíritu Santo. No ansiaremos entonces ocupar el lugar más elevado. No pretenderemos destacarnos ni abrirnos paso por la fuerza, sino que sentiremos que nuestro más alto lugar está a los pies de nuestro Salvador. Miraremos a Jesús, aguardaremos que su mano nos guíe y escucharemos su voz que nos dirige. 

 El apóstol Pablo experimentó esto y dijo: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí".* 

Cuando recibimos a Cristo como huésped permanente en el alma, la paz de Dios que sobrepuja a todo entendimiento guardará nuestro espíritu y nuestro corazón por medio de Cristo Jesús. La vida terrenal del Salvador, aunque  transcurrió en medio de conflictos, era una vida de paz. Aun cuando lo acosaban constantemente enemigos airados, dijo: "El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada". Ninguna tempestad de la ira humana o satánica podía perturbar la calma de esta comunión perfecta con Dios. Y él nos dice: "La paz os dejo, mi paz os doy". "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso".* 

Llevad conmigo el yugo de servicio para gloria de Dios y elevación de la humanidad, 
y veréis que es fácil el yugo y ligera la carga. 

Es el amor a uno mismo lo que destruye nuestra paz. Mientras viva el yo, estaremos siempre dispuestos a protegerlo contra los insultos y la mortificación; pero cuando hayamos muerto al yo y nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios, no tomaremos a pecho los desdenes y desaires. Seremos sordos a los vituperios y ciegos al escarnio y al ultraje. "El amor es sufrido y benigno; él amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no se ensoberbece, no se porta indecorosamente, no busca lo suyo propio, no se irrita, no hace caso de un agravio; no se regocija en la injusticia, más se regocija con la verdad: todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca se acaba".*

 La felicidad derivada de fuentes mundanales es tan mudable como la pueden hacer las circunstancias variables; pero la paz de Cristo es constante, permanente. No depende de las circunstancias de la vida, ni de la cantidad de bienes materiales ni del número de amigos que se tenga en esta tierra. Cristo es la fuente de agua viva, y la felicidad que proviene de él no puede agotarse jamás.

 La mansedumbre de Cristo manifestada en el hogar hará felices a los miembros de la familia; no incita a los altercados, no responde con ira, sino que calma el mal humor y difunde una amabilidad que sienten todos los que están dentro de su círculo encantado. Dondequiera que se la abrigue, hace de las familias de la tierra una parte de la gran familia celestial. Mucho mejor sería para nosotros sufrir bajo una falsa acusación que infligirnos la tortura de vengarnos de nuestros enemigos. El espíritu de odio y venganza tuvo su origen en Satanás, y sólo puede reportar mal a quien lo abrigue. La humildad del corazón, esa mansedumbre resultante de vivir en Cristo, es el verdadero secreto de la bendición. 

 "Hermoseará a los humildes con la salvación".* Los mansos "recibirán la tierra por heredad". Por el deseo de exaltación propia entró el pecado en el mundo, y nuestros primeros padres perdieron el dominio sobre esta hermosa tierra, su reino. Por la abnegación, Cristo redime lo que se había perdido. Y nos dice que debemos vencer como él venció.* Por la humildad y la sumisión del yo podemos llegar a ser coherederos con él cuando los mansos "heredarán la tierra".* La tierra prometida a los mansos no será igual a ésta, que está bajo la sombra de la muerte y de la maldición. "Nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva en los cuales mora la justicia". "Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán".* No habrá contratiempo, ni dolor, ni pecado; no habrá quien diga: Estoy enfermo". No habrá entierros, ni luto, ni muerte, ni despedidas, ni corazones quebrantados; mas Jesús estará allá, y habrá paz. "No tendrán hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligirá; porque el que tiene de ellos misericordia los guiará, y los conducirá a manantiales de aguas".* 

Textos:
1) Filipenses 2: 6, 7.
2) San Juan 17: 4; San Mateo 11: 29; 16: 24.
3) Daniel 10: 8.
4) Gálatas 2: 20.
5) San Juan 8: 29; 14: 27; San Mateo 11: 29.
6) 1Corintios 13: 4 - 8.
7) Salmos 149: 4.
8) Apocalipsis 3: 21.
9) Salmos 37: 11.
10) 2 San Pedro 3: 13; Apocalipsis 22: 3.
11) Isaías 49: 10.
(El Discurso Maestro De Jesucristo De Elena G. De White)

02. “Bienaventurados Los Que Lloran, Porque Ellos Recibirán Consolación” II. LAS BIENAVENTURANZAS/DMJ (EL SERMÓN DEL MONTE) EGW


Texto Base: San Mateo 5: 4
El llanto al que se alude aquí es la verdadera tristeza de corazón por haber pecado. 
Dice Jesús: "y yo, si fuere levantado de la tierras a todos atraeré a mí mismo".* A medida que una persona se siente persuadida a mirar a Cristo levantado en la cruz, percibe la pecaminosidad del ser humano. Comprende que es el pecado lo que azotó y Crucificó al Señor de la gloria. Reconoce que aunque se lo amó con cariño indecible, su vida ha sido un espectáculo continuo de ingratitud y rebelión Abandonó a su mejor Amigo y abusó del don más precioso del cielo. El mismo crucificó nuevamente al Hijo de Dios y traspasó otra vez su corazón sangrante y agobiado. Lo separa de Dios un abismo ancho, negro y hondo, y llora con corazón quebrantado. Ese llanto recibirá "consolación". 

Dios nos revela nuestra culpabilidad para que nos refugiemos en Cristo y para que por él seamos librados de la esclavitud del pecado, a fin de que nos regocijemos en: la libertad de los hijos de Dios. Con verdadera contrición, podemos llegar al pie de la cruz y depositar allí nuestras cargas. Hay también en las palabras del Salvador un mensaje de consuelo para los que sufren aflicción o la pérdida de un ser querido. Nuestras tristezas no brotan de la tierra. Dios "no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres". Cuando él permite que suframos pruebas y aflicciones, es "para lo que nos es provechosos para que participemos de su santidad".* Si la recibimos con fe, la prueba que parece tan amarga y difícil de soportar resultará una bendición. El golpe cruel que marchita los gozos terrenales nos hará dirigir los ojos al cielo. 

¡Cuántos son los que nunca habrían conocido a Jesús si la tristeza no los hubiera movido a buscar consuelo en él! Las pruebas de la vida son los instrumentos de Dios para eliminar de nuestro carácter toda impureza y tosquedad. Mientras nos labran, escuadran, cincelan, pulen y bruñen, el proceso resulta penoso, y es duro ser oprimido contra la muela de esmeril. Pero la piedra sale preparada para ocupar su lugar en el templo celestial. 

El Señor no ejecuta trabajo tan consumado y cuidadoso en material inútil. Únicamente sus piedras preciosas se labran a manera de las de un palacio. El Señor obrará para cuantos depositen su confianza en él. Los fieles ganarán victorias preciosas, aprenderán lecciones de gran valor y tendrán experiencias de gran provecho. Nuestro Padre celestial no se olvida de los angustiados. 

Cuando David subió al monte de los Olivos, "llorando, llevando la cabeza cubierta, y los pies descalzos"*, el Señor lo miró compasivamente. David iba vestido de cilicio, y la conciencia lo atormentaba. Demostraba su contrición por las señales visibles de la humillación que se imponía. Con lágrimas y corazón quebrantado presentó su caso a Dios, y el Señor no abandonó a su siervo. Jamás estuvo David tan cerca del amor infinito como cuando, hostigado por la conciencia, huyó de sus enemigos, incitados a rebelión por su propio hijo. 

Dice el Señor: "Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete".* Cristo levanta el corazón contrito y refina el alma que llora hasta hacer de ella su morada. Mas cuando nos llega la tribulación, ¡cuántos somos los que pensamos como Jacob! Imaginamos que es la mano de un enemigo y luchamos a ciegas en la oscuridad, hasta que se nos agota la fuerza, y no logramos consuelo ni rescate. El toque divino al rayar el día fue lo que reveló a Jacob con quién estaba luchando: el Ángel del pacto. Lloroso e impotente, se refugió en el seno del Amor infinito para recibir la bendición que su alma anhelaba. 

Nosotros también necesitamos aprender que las pruebas implican beneficios y que no debemos menospreciar el castigo del Señor ni desmayar cuando él nos reprende. "Bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga...  Porque él es quien hace la llaga, y él la vendará; él hiere, y sus manos curan. En seis tribulaciones te librará, y en la séptima no te tocará mal".* 

A todos los afligidos viene Jesús con el ministerio de curación. El duelo, el dolor y la aflicción pueden iluminarse con revelaciones preciosas de su presencia. Dios no desea que quedemos abrumados de tristeza, con el corazón angustiado y quebrantado. Quiere que alcemos los ojos y veamos su rostro amante. El bendito Salvador está cerca de muchos cuyos ojos están tan llenos de lágrimas que no pueden percibirlo. 

Anhela estrechar nuestra mano; desea que lo miremos con fe sencilla y que le permitamos que nos guíe. Su corazón conoce nuestras pesadumbres, aflicciones y pruebas. Nos ha amado con un amor sempiterno y nos ha rodeado de misericordia. Podemos apoyar el corazón en él y meditar a todas horas en su bondad. El elevará el alma más allá de la tristeza y perplejidad cotidianas, hasta un reino de paz. Pensad en esto, hijos de las penas y del sufrimiento, y regocijaos en la esperanza. "Esta es la victoria que vence al mundo.., nuestra fe".* 

Bienaventurados también los que con Jesús lloran llenos de compasión por las tristezas del mundo y se afligen por los pecados que se cometen en él y, al llorar, no piensan en sí mismos. Jesús fue Varón de dolores, y su corazón sufrió una angustia indecible. Su espíritu fue desgarrado y abrumado por las transgresiones de los hombres. Trabajó con celo consumidor para aliviar las necesidades y los pesares de la humanidad, y se le agobió el corazón al ver que las multitudes se negaban a venir a él para obtener la vida. 

Todos los que siguen a Cristo, y compartirán también la gloria que será revelada. Estuvieron unidos con él en su obra, apuraron con él la copa del dolor, y participan también de su regocijo. Por medio del sufrimiento, Jesús se preparó para el  ministerio de consolación. Fue afligido por toda angustia de la humanidad, y "en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados".* 

Quien haya participado de esta comunión de sus padecimientos tiene el privilegio de participar, también de su ministerio. "Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación". El Señor tiene gracia especial para los que lloran, y hay en ella poder para enternecer los corazones y ganar a las almas. Su amor se abre paso en el alma herida y afligida, y se convierte en bálsamo curativo para cuantos lloran. El "Padre de misericordias y Dios de toda consolación..., nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios".* 

Textos:
1) San Juan 12: 32.
2) Lamentaciones 3: 33; Hebreos 12: 10.
3) 2 Samuel 15: 30. 
4) Apocalipsis 3: 19.
5) Job 5: 17 - 19.
6) 1 San Juan 5: 4.
7) Hebreos 2: 18; Isaías 63: 9.
8) 2 Corintios 1: 3 - 5.

(El Discurso Maestro De Jesucristo De Elena G. De White)


jueves, 22 de noviembre de 2012

01. “Bienaventurados Los Pobres En Espíritu” II. LAS BIENAVENTURANZAS/DMJ (EL SERMÓN DEL MONTE) EGW


Texto Base: San Mateo 5:3 
"Abriendo su boca, les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, 
porque de ellos es el reino de los cielos". San Mateo 5:2,3.
ESTAS palabras resonaron en los oídos de la muchedumbre como algo desconocido y nuevo, Tal enseñanza era opuesta a cuanto habían oído del sacerdote o el rabino. En ella no podían notar nada que alentarse el orgullo ni estimulase sus esperanza ambiciosas, pero este nuevo Maestro poseía un poder que los dejaba atónitos. La dulzura del amor divino brotaba de su misma presencia como la fragancia de un flor. Sus palabras descendían "como la lluvia sobre la hierba cortada; como el rocío que destila sobre la tierra".* 

Todos comprendían que estaban frente a Uno que leía los secretos del alma, aunque se acercaba a ellos con tierna compasión. Sus corazones se abrían a él, y mientras escuchaban, el Espíritu Santo les reveló algo del significado de la lección que tanto necesitó aprender la humanidad en todos los siglos. En tiempos de Cristo los dirigentes religiosos del pueblo se consideraban ricos en tesoros espirituales. La oración del fariseo: "Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres", 

expresaba el sentimiento de su clase y, en  gran parte, de la nación entera. Sin embargo, en la multitud que rodeaba a Jesús había algunos que sentían su pobreza espiritual. Cuando el poder divino de Cristo se reveló en la pesca milagrosa, Pedro se echó a los pies del Salvador, exclamando: "Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador"; así también en la muchedumbre congregada en el monte había individuos acerca de cada uno de los cuales se podía decir que, en presencia de la pureza de Cristo, se sentía "desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo". Anhelaban "la gracia de Dios, la cual trae salvación".* Las primeras palabras de Cristo despertaron ;esperanzas en estas almas, y ellas percibieron la bendición de Dios en su propia vida. A los que habían razonado: "Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad", Jesús presentó la copa de bendición, mas rehusaron con desprecio el don que se les ofrecía tan generosamente. 

El que se cree sano, el que se considera razonablemente bueno y está satisfecho de su condición, no procura participar de la gracia y justicia de Cristo. El orgullo no siente necesidad y cierra la puerta del corazón para recibir a Cristo ni las bendiciones infinitas que él vino a dar. Jesús no encuentra albergue en el corazón de tal persona. Los que en su propia opinión son ricos y honrados, no piden con fe la bendición de Dios ni la reciben. Se creen saciados, y por eso se retiran vacíos. Los que comprenden bien que les es imposible salvarse y que por sí mismos no pueden hacer ningún acto justo son los que aprecian: la ayuda que les ofrece Cristo. Estos son los pobres en espíritu, a quienes él llama bienaventurados.

 Primeramente, Cristo produce contrición en quien perdona, y es obra del Espíritu Santo pecado. Aquellos cuyos corazones el convincente Espíritu de Dios reconocen que en sí mismos no tienen ninguna cosa buena han hecho está entretejido con egoísmo y pecado. Así como el publicano, se detienen a la distancia sin atreverse a alzar los ojos al cielo, y claman: "Dios, sé propicio a mí, pecador". Ellos reciben la bendición. Hay perdón para los arrepentidos, porque Cristo es "el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". Esta es la promesa de Dios: "Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana". "Os daré corazón nuevo... Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu".* Refiriéndose a los pobres de espíritu, Jesús dice: "De ellos es el reino de Dios". Dicho reino no es, como habían esperado los oyentes de Cristo, un gobierno temporal y terrenal. Cristo abría ante los hombres las puertas del reino espiritual de su amor, su gracia y su justicia. 

El estandarte del reino del Mesías se diferencia de otras enseñas, porque nos revela la semejanza espiritual del Hijo del hombre. Sus súbditos son los pobres de espíritu, los mansos y los que padecen persecución por causa de la justicia. De ellos es el reino de los cielos. Si bien aún no ha terminado, en ellos se ha iniciado la obra que los hará "aptos para participar de la herencia de los santos en luz".* Todos los que sienten la absoluta pobreza del alma, que saben que en sí mismos no hay nada bueno, pueden hallar justicia y fuerza recurriendo a Jesús. Dice él: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados".* 

Nos invita a cambiar nuestra pobreza por las riquezas de su gracia. No merecemos el amor de Dios, pero Cristo, nuestro fiador, es sobremanera digno y capaz de salvar a todos los que vengan a él. No importa cuál haya sido la experiencia del pasado ni cuán desalentadoras sean las circunstancias del presente, si acudimos a Cristo en nuestra condición actual -débiles, sin fuerza, desesperados-, nuestro compasivo Salvador saldrá a recibirnos mucho antes de que lleguemos, y nos rodeará con sus brazos amantes y con la capa de su propia justicia. Nos presentará a su Padre en las blancas vestiduras de su propio carácter. 
 El aboga por nosotros ante el Padre, diciendo: Me he puesto en el lugar del pecador. No mires a este hijo desobediente, sino a mí. Y cuando Satanás contiende fuertemente contra nuestras almas, acusándonos de pecado y alegando que somos su presa, la sangre de Cristo aboga con mayor poder. "Y se dirá de mí: Ciertamente en Jehová está la justicia la fuerza...En Jehová será justificada y se gloriará toda la descendencia de Israel".* 

Textos:  
1) Salmo 72: 6;
2) San Lucas 18: 11; 5: 8; Apoc. 3: 17; Tito 2: 11.
3) Apoc. 3: 17; San Lucas 18: 13; San Juan 1: 29; Isaías 1: 28; Ezequiel 36: 26, 27.
4). Colosenses 1: 12.
5) San Mateo 11: 28.
6) Isaías 45: 24, 25.


(El Discurso Maestro De Jesucristo De Elena G. De White)
 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

I. “EN LA LADERA DEL MONTE” (EL SERMÓN DEL MONTE) EGW


Texto Base: San Mateo 5:
Más de catorce siglos antes que Jesús naciera en Belén, los hijos de Israel estaban reunidos en el hermoso valle de Siquem. Desde las montañas situadas a ambos lados se oían las voces de los sacerdotes que proclamaban las bendiciones y las maldiciones: "la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios... y la maldición, si no oyereis".*  Por esto, el monte desde el cual procedieron las palabras de bendición llegó a conocerse como el monte de las Bendiciones. Mas no fue sobre Gerizim donde se pronunciaron las palabras que llegaron como bendición para un mundo pecador y entristecido. No alcanzó Israel el alto ideal que se le había propuesto. Un Ser distinto de Josué debía conducir a su pueblo al verdadero reposo de la fe. El Monte de las Bienaventuranzas no es Gerizim, sino aquel monte, sin nombre, junto al lago de Genesaret donde Jesús dirigió las palabras de bendición a sus discípulos y a la multitud. 

Volvamos con los ojos de la imaginación a ese escenario, y, sentados con los discípulos en la ladera del monte, analicemos los pensamientos y sentimientos que llenaban sus corazones. Si comprendemos lo que significaban las palabras de Jesús para quienes las oyeron, podremos percibir en ellas nueva vida y belleza, y podremos aprovechar sus lecciones más profundas. Cuando el Salvador principió su ministerio, el concepto que el pueblo tenía acerca del Mesías y de su obra era tal que inhabilitaba completamente al pueblo para recibirlo.

 El espíritu de verdadera devoción se había perdido en las  tradiciones y el espiritualismo, y las profecías eran interpretadas al antojo de corazones orgullosos y amantes del mundo. Los judíos no esperaban como Salvador del pecado a Aquel que iba a venir, sino como, a un príncipe poderoso que sometería a todas las naciones a la supremacía del León de la tribu de Judá. En vano les había pedido Juan el Bautista, con la fuerza conmovedora de los profetas antiguos, que se arrepintiesen. En vano, a orillas del Jordán, había señalado a Jesús como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Dios trataba de dirigir su atención a la profecía de Isaías con respecto al Salvador doliente, pero no quisieron oírlo. Si los maestros y caudillos de Israel se hubieran sometido a su gracia transformadora, Jesús los habría hecho embajadores suyos ante los hombres. Fue primeramente en Judea donde se proclamó la llegada del reino y se llamó al arrepentimiento. En el acto de expulsar del templo de Jerusalén a los que lo profanaban, Jesús anunció que era el Mesías, el que limpiaría el alma de la contaminación del pecado y haría de su pueblo un templo consagrado a Dios. Pero los caudillos judíos no quisieron humillarse para recibir al humilde Maestro de Nazaret. Durante su segunda visita a Jerusalén, fue emplazado ante el Sanedrín, y únicamente el temor al pueblo impidió que procuraran quitarle la vida los dignatarios que lo constituían. Fue entonces cuando, después de salir de Judea, principió Cristo su ministerio en Galilea. Allí prosiguió su obra algunos meses antes de predicar el Sermón del Monte. 

El mensaje que había proclamado por toda esa región: "El reino de los cielos se ha acercado",* había llamado la atención de todas las clases y dado aún mayor pábulo a sus esperanzas ambiciosas. La fama del nuevo Maestro había superado los confines de Palestina y, a pesar de la actitud asumida por la jerarquía, se había difundido mucho el sentimiento de que tal vez fuera el Libertador que habían esperado. Grandes multitudes seguían los pasos de Jesús y el entusiasmo popular era grande. Había llegado el momento en que los discípulos que estaban más estrechamente relacionados con Cristo debían unirse más directamente en su obra, para que estas vastas muchedumbres no quedaran abandonadas como ovejas sin pastor. 

Algunos de esos discípulos se habían vinculado con Cristo al principio de su ministerio, y los doce vivían casi todos asociados entre sí como miembros de la familia de Jesús. No obstante, engañados también por las enseñanzas de los rabinos, esperaban, como todo el pueblo, un reino terrenal. No podían comprender las acciones de Jesús. Ya los había dejado perplejos y turbados el que no hiciese esfuerzo alguno para fortalecer su causa obteniendo el apoyo de sacerdotes y rabinos, y porque nada había hecho para establecer su autoridad como Rey de esta tierra. 

Todavía había que hacer una gran obra en favor de estos discípulos antes que estuviesen preparados para la sagrada responsabilidad que les incumbiría cuando Jesús ascendiera al cielo. Habían respondido, sin embargo, al amor de Cristo, y aunque eran tardos de corazón para creer, Jesús vio en ellos a personas a quienes podía enseñar y disciplinar para su gran obra. Y ahora que habían estado con él suficiente tiempo como para afirmar hasta cierto punto su fe en el carácter divino de su misión, y el pueblo también había recibido pruebas incontrovertibles de su poder, quedaba expedito el camino para declarar los principios de su reino en forma tal que les ayudase a comprender su verdadero carácter. Solo, sobre un monte cerca del mar de Galilea, Jesús había pasado la noche orando en favor de estos escogidos. 

 Al amanecer, los llamó a sí y con palabras de oración y enseñanza puso las manos sobre sus cabezas para bendecirlos y apartarlos para la obra del Evangelio. Luego se dirigió con ellos a la orilla del mar, donde ya desde el alba había principiado a reunirse una gran multitud. Además de las acostumbradas muchedumbres de los pueblos galileos, había gente de Judea y aun de Jerusalén; de Perea, de Decápolis, de Idumea, una región lejana situada al sur de Judea; y de Tiro y Sidón, ciudades fenicias de la costa del Mediterráneo. "Oyendo cuán grandes cosas hacía",  ellos "habían venido para oírle, y par ser sanados de sus enfermedades...; porque poder salía de él y sanaba a todos".* 

Como la estrecha playa no daba cabida, ni aun de pie, dentro del alcance de su voz, a todos los que deseaban oírlo, Jesús los condujo a la montaña. Llegado que hubo a un espacio despejado de obstáculos, que ofrecía un agradable lugar de reunión para la vasta asamblea, se sentó en la hierba, y los discípulos y las multitudes siguieron su ejemplo. Presintiendo que podían esperar algo más que lo acostumbrado, rodearon ahora estrechamente a sus Maestro. Creían que el reino iba a ser establecido pronto, y de los sucesos de aquella mañana sacaban la segura conclusión de que Jesús iba a hacer algún anuncio concerniente a dicho reino. Un sentimiento de expectativa dominaba también a la multitud, y los rostros tensos daban evidencia del profundo interés sentido. Al sentarse en la verde ladera de la montaña, aguardando las palabras del Maestro divino, todos tenían el corazón embragado por pensamientos de gloria futura. Había escribas y fariseos que esperaban el día en que dominarían a los odiados romanos y poseerían las riquezas y el esplendor del gran imperio mundial.

 Los pobres campesinos y pescadores esperaban oír la seguridad de que pronto trocarían sus míseros tugurios, su escasa pitanza, la vida de trabajos y el temor de la escasez, por mansiones de abundancia y comodidad. En lugar del burdo vestido que los cubría de día y era también su cobertor por la noche, esperaban que Cristo les daría los ricos y costosos mantos de sus conquistadores. Todos los corazones palpitan con la orgullosa esperanza de que Israel sería pronto honrado ante las naciones como el pueblo elegido del Señor, y Jerusalén exaltada como cabeza de un reino universal. 

 *Textos de estudio: Deut. 11: 27,28;  San Mateo 4:17;  San Marcos 3: 8; San Lucas 6. 17 -19.
(El Discurso Maestro De Jesucristo De Elena G. De White)

. PREFACIO (EL SERMÓN DEL MONTE/DMJ) EGW


EL DISCURSO MAESTRO DE JESUCRISTO 
DE ELENA G. DE WHITE: El Sermón del Monte es una bendición del cielo para el mundo, una voz proveniente del trono de Dios. Fue dado a la humanidad como ley que enunciara sus deberes y luz proveniente del cielo, para infundirle esperanza y consolación en el desaliento; gozo y estímulo en todas las vicisitudes de la vida. En él oímos al Príncipe de los predicadores, el Maestro supremo, pronunciar las palabras que su Padre le inspiró.

Las bienaventuranzas son el saludo de Cristo, no sólo para los que creen, sino también para toda la familia humana. Parece haber olvidado Por un momento que está en el mundo, y no en el cielo, pues emplea el saludo familiar del mundo de la luz. Las bendiciones brotan de sus labios como el agua cristalina de un rico manantial de vida sellado durante mucho tiempo. 

Cristo no permite que permanezcamos en la duda con respecto a los rasgos de carácter que él siempre reconoce y bendice. Apartándose de los ambiciosos y favoritos del mundo, se dirige a quienes ellos desprecian, y llama bienaventurados a quienes reciben su luz y su vida. Abre sus brazos acogedores a los pobres de espíritu, a los mansos, a los humildes, a los acongojados, a los despreciados, a los perseguidos, y les dice: "Venid a mí y yo os haré descansar".

 Cristo puede mirar la miseria del mundo sin una sombra de pesar por haber creado al hombre. Ve en el corazón humano más que el pecado y la miseria. En su sabiduría  y amor infinitos, ve las posibilidades del hombre, las que puede alcanzar. Sabe que aunque los seres humanos hayan abusado de sus misericordias y hayan destruido la dignidad que Dios les concediera, el Creador será glorificado con su redención.

A través de los tiempos, las palabras dichas por Jesús desde la cumbre del monte de las Bienaventuranzas conservarán su poder. Cada frase es una joya de verdad. Los principios enunciados en este discurso se aplican a todas las edades a todas las clases sociales. Con energía divina, Cristo expresó su fe y esperanza, al señalar como bienaventurados a un grupo tras otro por haber desarrollado un carácter justo. Al vivir la vida del Dador de toda existencia mediante la fe en él, todos los hombres pueden alcanzar la norma establecida en sus palabras. 

EGW.