Se nos indica por qué se dio este mandamiento: No
hemos de jurar "ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la
tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad
del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás,
porque no puedes hacer blanco o negro un sólo cabello".
Todo proviene de Dios. No tenemos nada que no hayamos recibido; además, no tenemos nada que no
haya sido comprado para nosotros por la sangre de Cristo. Todo lo 59 que poseemos nos llega con el
sello de la cruz, y ha sido comprado con la sangre que es más preciosa que
cuanto puede imaginarse, porque es la vida de Dios. De ahí que no tengamos derecho de empeñar
cosa alguna en juramento, como si fuera nuestra, para garantizar el
cumplimiento de nuestra palabra.
Los judíos entendían que el tercer mandamiento prohibía
el uso profano del nombre de Dios; pero se creían libres para pronunciar otros
juramentos. Prestar juramento era común
entre ellos. Por medio de Moisés se les
prohibió jurar en falso; pero tenían muchos artificios para librarse de la
obligación que entraña un juramento. No
temían incurrir en lo que era realmente blasfemia ni les atemorizaba el
perjurio, siempre que estuviera disfrazado por algún subterfugio técnico que
les permitiera eludir la ley.
Jesús condenó sus prácticas, y declaró que su costumbre
de jurar era una transgresión del mandamiento de Dios. Pero el Salvador no prohibió el juramento
judicial o legal en el cual se pide solemnemente a Dios que sea testigo de que
cuanto se dice es la verdad, y nada más que la verdad. El mismo Jesús, durante su juicio ante el
Sanedrín, no se negó a dar testimonio bajo juramento. Dijo el sumo sacerdote: "Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el
Cristo, el Hijo de Dios". Contestó
Jesús: "Tú lo has dicho". *Mt. 26:63,64. Si Cristo hubiera
condenado en el Sermón del Monte el juramento judicial, en su juicio habría
reprobado al sumo sacerdote y así, para provecho de sus seguidores, habría
corroborado su propia enseñanza.
A muchos que no temen engañar a sus semejantes se les
ha enseñado que es una cosa terrible mentir a su Hacedor, y el Espíritu Santo
les ha hecho sentir que es así. Cuando
están bajo juramento, se les recuerda que no declaran sólo ante los hombres,
sino también ante Dios; que si mienten, ofenden a Aquel que lee el corazón y
conoce la verdad. El conocimiento de los
castigos terribles que recibió a veces este pecado tiene sobre ellos una
influencia restrictiva. 60
Si hay alguien que puede declarar en forma consecuente
bajo juramento, es el cristiano. Vive
continuamente como en la presencia de Dios, seguro de que todo pensamiento es
visible a los ojos del Ángel con quien tenemos que ver; y cuando ello le es
requerido legalmente, le es lícito pedir que Dios sea testigo de que lo que
dice es la verdad, y nada más que la verdad.
Jesús enunció un principio que haría inútil todo
juramento. Enseña que la verdad exacta
debe ser la ley del hablar. "Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo
que es más de esto, de mal procede".
Estas palabras condenan todas las frases e interjecciones
insensatas que rayan en profanidad. Condenan los cumplidos engañosos, el disimulo de la verdad, las frases
lisonjeras, las exageraciones, las falsedades en el comercio que prevalecen en
la sociedad y en el mundo de los negocios. Enseñan que nadie puede llamarse veraz si trata de aparentar lo que no
es o si sus palabras no expresan el verdadero sentimiento de su corazón.
Si se prestara atención a estas palabras de Cristo, se
refrenaría la expresión de malas sospechas y ásperas censuras; porque al comentar
las acciones y los motivos ajenos, ¿Quién puede estar seguro de decir la verdad
exacta? ¡Cuántas veces influyen sobre la impresión dada el orgullo, el enojo,
el resentimiento personal Una mirada, una palabra, aun una modulación de la
voz, pueden rebosar mentiras!. Hasta los
hechos ciertos pueden presentarse de manera que produzcan una impresión
falsa. "Lo que es más" que la
verdad, "de mal procede".
Todo cuanto hacen los cristianos debe ser transparente
como la luz del sol. La verdad es de
Dios; el engaño, en cada tina de sus muchas formas, es de Satanás; el que en
algo se aparte de la verdad exacta, se somete al poder del diablo. Pero no es fácil ni sencillo decir la verdad
exacta. No podemos decirla a menos que
la sepamos; y ¡cuántas veces las opiniones preconcebidas, el prejuicio mental,
el conocimiento imperfecto, los errores de juicio impiden que tengamos una
comprensión correcta de los asuntos que nos 61 atañen! No podemos hablar la
verdad a menos que nuestra mente esté bajo la dirección constante de Aquel que
es verdad.
Por medio del apóstol Pablo, Cristo nos ruega: "Sea vuestra palabra siempre con gracia". "Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes". * Colosenses 4:6; Efesios 4:29.
A la luz de estos pasajes vemos que las palabras pronunciadas por Cristo en el monte condenan la burla, la frivolidad y la conversación impúdica. Exigen que nuestras palabras sean no solamente verdaderas sino también puras.
Quienes hayan aprendido de Cristo no tendrán
participación "en las obras
infructuosas de las tinieblas".
En su manera de hablar, tanto como en su vida, serán sencillos, sinceros
y veraces porque se preparan para la comunión con los santos en cuyas "bocas no fue hallada mentira". *
Efesios 5:11; Apocalipsis 14:5.